Sentir miedo es algo tan natural como respirar. El miedo es una de las cinco emociones innatas, junto al amor, la alegría, la tristeza y la ira, cinco magníficos que nos conectan, nos protegen y sirven fielmente a nuestro desarrollo en esta aventura vital.
El miedo natural es pues una emoción básica que, junto a la sensación corporal asociada que sentimos frente a un peligro inminente, resulta beneficiosa porque nos advierte de la amenaza, permitiéndonos reaccionar ante ella y salvaguardarnos. El miedo instintivo está asociado a nuestra supervivencia, y resulta tan sano como tener hambre, sed o sentir dolor alertándonos de un daño corporal. También el miedo emocional es natural y beneficioso cuando debemos afrontar situaciones complicadas que se nos presenten. Sus características son, como en el resto de emociones, su relación con el aquí y ahora, así como su relativa brevedad en el tiempo.
Pero, desgraciadamente, existe un tipo de miedo disfuncional muy habitual en nuestros días que, lejos de ayudar o protegernos, nos perjudica. Sentir desasosiego constante ante situaciones indeseables resulta perjudicial a la larga. Vivimos sumidos en preocupaciones constantes y conectados a problemas que no podemos resolver pues no dependen de nosotros, ni de los que poder huir sin renegar de esta sociedad. Somos la civilización del estrés crónico y de la ansiedad.
El actual catálogo de miedos disfuncionales puede incluir el temor a no poder pagar facturas o hipotecas, a enfermar gravemente, envejecer, morir, quedarse sin trabajo, sufrir un accidente, que nos atraquen, que nos okupen la segunda residencia, la tercera guerra mundial, un apocalipsis nuclear, el desabastecimiento, el cambio climático, la soledad, perder a nuestros seres queridos… Sí, las arbitrarias posibilidades que acechan por todas partes le darían miedo a cualquiera.
A la lista anterior, deseo añadir lo terrorífico que puede resultar también el preciso instante clarividente en que se comprende que la idea de ser una persona es sólo humo. Mi personalidad sintió bastante miedo mientras intentaba etiquetar con urgencia esa situación, para que la evidencia de no ser una persona resultara menos pavorosa. Paulatinamente, junto a la desilusión de mi persona, también se ha esfumado la ilusión de ejercer el control sobre mi vida, una potestad que nunca es humana, sino divina. Entonces, el miedo se tornará de nuevo natural, una sensación como el hambre, la sed o el dolor. El concepto de miedo se alinea con el concepto de persona y cumple su divina función. La vida humana continúa y desde luego los temores aparecen, pero los peligros se enfrentan y las preocupaciones se observan como nubarrones sin tormenta que a veces tapan el sol. Todo es visto como parte de la vida divina.
Precisamente, en el reencuentro humano con la divinidad integral que cualquiera es (aunque no lo sepa) reside verdaderamente la libertad individual. La comprensión cabal de qué eres, resulta fulminante con el miedo disfuncional, que va desvaneciéndose junto al temor a no poder pagar la hipoteca, a enfermar, envejecer, morir, perder el trabajo, sufrir un accidente, una guerra mundial o la pérdida de nuestros seres queridos. La naturaleza divina se envuelve así conscientemente en el amor incondicional que emana en este mundo nuestro. Esta es la genuina tranquilidad. Este es el auténtico descanso. Como un funambulista que ya no teme caer desde la cuerda al vacío, por saberse envuelto en una red amorosa que siempre está ahí. Siempre. La vea, o no la vea.
Así se descansa en la divinidad que cualquiera ya es, en la libertad absoluta que uno ya es, en la totalidad que ya se es, cuando sabes qué eres, mientras el espectáculo de la vida continúa contigo y con tu persona siendo parte consciente del mundo, siendo humana y divina, simultáneamente.
La vida es divina. Cuando lo sabes, el miedo natural se queda contigo y te protege. El resto de miedos, esa cárcel mental en que nos hemos instalado el colectivo humano, se abre por fin, liberando a la persona de su esclavitud. No hay personas, las personas son máscaras, disfraces, pretensiones, historias divinas. Cada persona es lo divino, siendo humano. Es la revelación que aguarda a la humanidad. Es nuestro futuro colectivo.
La verdad nos hará libres. Pero libres de verdad.