«Ver es mejor que ser ciego, incluso si duele»
Abraham Maslow
Era el año 2011, había acontecido la experiencia del despertar en mi vida y estaba vuelta del revés, como fuera de carta, internamente apeada de una vida externa que seguía exactamente como antes, aparentemente ajena a aquel cambio trascendental en mí.
Ese año me dediqué a la búsqueda frenética de respuestas. Al finalizar el año, había reunido muchísimas referencias de aquí y de allá, todas apuntando a lo mismo, todas señalando el norte, como las brújulas. Comencé a escribir con esas referencias un libro, que pretendía publicar y titular «Éter», en alusión a la existencia del fluido negado por Albert Einstein.
El borrador, a escasas páginas del final, se había convertido en una especie de tesis ¡No somos personas! ¿Cómo estamos tan ciegos? Estudiaba el modo de editarlo una vez acabado, cuando me di cuenta de que ese no era el camino.
Porque la divinidad no trata de convencer a nadie. Ese no es el golpe de efecto divino. Por muy inteligentes, poderosas o influyentes que las personas creamos ser, en realidad somos pequeños granos de arena. Como la arena que da forma al vasto desierto.
Veo a las personas como si fuéramos granos de arena, unos por delante, muchísimos después, algunos rezagados, marchando juntos en el movimiento del desierto que sería la Vida. Ningún grano de arena mueve el desierto, por mucho que se esfuerce, ni influye en su movimiento, no es autónomo para moverse libremente, carece de verdadero libre albedrío. Todos los granos de arena marchamos con el desierto, movidos por el viento, en la dirección marcada a cada instante por la Voluntad divina en su infinita libertad.
Somos granos de arena, formando el desierto entero, en constante avance, en eterna transformación. Abandonados al viento, al ser conscientes de ser desierto. Granos de arena sabiéndose el desierto.
Saberse el desierto, siendo el grano de arena.
Saberse Vida, siendo persona.
Saberse el Todo, siendo la Parte.
Ese es el golpe de efecto divino.