«La multiplicidad no es una mera ilusión de la manifestación, sino un hecho divino, no menos que la unidad» —Sri Aurobindo.
Estoy convencida de que la conciencia divina se reconoce a sí misma comounidad o como la nada potencial, que se ve por las mañanas y se saluda amorosa con aquel buenos días, buenas tardes y buenas noches del film «El show de Truman», sabedora de ser esa especie de caldo solitario, de vida sin forma, de plasma viviente vibrando y deseando vivir. Sabe amarse, en su completa perfección.Sí, la divinidad se conoce muy bien siendo nada en perfecto amor.
¡Y aquí viene el lío! Porque la divinidad es muchísimos, pero muchísimos, muchísimos en uno. Dios es divina multiplicidad sin fin, un juego de muñecas rusas infinitas que se despliegan en la manifestación del mundo, un despliegue de la infinita multiplicidad potencial contenida en su simplicidad innata.
Este lío llamado cosmos es el escenario viviente y en evolución permanente del despliegue divino, en su divina condición de evolucionar desde la conciencia divina- inconciencia material hacia la conciencia divina- conciencia material, hasta ser la manifestación divina consciente en todo lo creado propugnada por los maestros.
Observando la naturaleza, vemos con claridad meridiana (quien diga lo contrario, se miente a sí mismo) que la divina inconciencia material sigue el perfecto hilo narrativo divino a través de los elementos, las cosas, los animales, las plantas… y que el embrollo humano en que andamos metidos alberga un profundo secreto que trasciende la mera ilusión, el sueño, la maya o la matrix… circulando bajo un hilo narrativo invisible a nuestros ojos.
Es también innegable que ser humano conlleva muchísimo sufrimiento a la consciencia divina que, siendo personas, vive terriblemente perdida, consciente de ser humana, pero sin reconocerse divina, ni reconocerse en lo creado. Este escenario y sus inconscientes personajes se tornan entonces odiosos, el medio hostil, la vida insufrible y la supervivencia finalmente activa el antagonismo hacia el único protagonista: la divinidad.
Este lío no es humano, sino divino, pues lo divino no se reconoce en las formas que proyecta. Dios vive un limbo de sí mismo sin moverse de su sitio, ni alterar su estado innato. Sueña con un infierno, estando en el paraíso.
Para enredarlo aún más, dios «padece» de personalidad múltiple disociada acá, en su creación. No reconoce su «no rostro» en cada rostro, ni se sabe en cada persona. Ni sabe que todos los problemas los genera él mismo, a sí mismo. Se ve por las mañanas y ni se saluda. A veces, se escupe. Se auto boicotea su sueño de todas las formas posibles.
En medio de este mal sueño divino, de aparente caos, creo que dios ha decidido dejar de sufrir su humana ignorancia divina y, sin dejar de soñar, simplemente tornarse un soñador consciente. Creo que nos dirigimos, tras el diagnóstico psiquiátrico divino de sufrir personalidad múltiple disociada, hacia un sueño lúcido amorosamente asociado a la divinidad. Este divino auto boicot tiene los días contados. Dios dejará de escupirse en el ojo.
La multiplicidad divina se comprende, la diversidad aparente se simplifica y las personalidades múltiples disociadas se unifican ante la misma mirada. El mundo deja de ser caótico y los hilos de amor que unen indivisiblemente tanta diversidad, simplemente se tornan visibles en todo y cada cosa. Es la clave, el eureka divino.
Cada despertar humano es el múltiple rostro de Dios, revelado ante sus propios y atónitos ojos divinos.