La unidad, la fuente, el ser, la sustancia, la divinidad… el principio único se pone la careta de la forma, se ajusta bien la máscara a su «no rostro» y se lanza de panzada a la aventura de experimentarse siendo toda forma de vida. Mientras crea ser tal o cual forma, el único principio viviente se verá, disfrutará y sufrirá tras la máscara, con la experiencia de ser tal o cual animal, planta, persona, cosa, pensamiento o suceso que aparentemente acontece.
La máscara divina no es más que la idea de ser la máscara, como un señor disfrazado de cucurucho de helado que se cree un helado de fresa.
Lejos de resultar divertido, la perspectiva aventurera de ser humanos va aparentemente mal y el sufrimiento resulta muy real. Amor incondicional divino (total, pleno, perfecto, absoluto y omniabarcante) como la vida que es, eso se intuye observando la vida natural bajo el manto de olvido divino. Es el botón rojo que puedes apretar si quieres. La expresión «viviente» de amor incondicional perfecto «está en el aire», por todos lados, pero resulta invisible, inconcebible e inalcanzable para una humanidad torturada en el fracaso de amar como su ideal divino en estado potencial y emanante.
La persona que os escribe entiende el amor total como el emanado de la fuente y el amor terrenal como su manifestación condicionada por las formas, en partes o porciones, como amor incondicional condicionado en esta vida al aparecer filtrado a través de cada forma.
Quizás, lo maravilloso de ser humano no sea amar incondicionalmente, algo imposible a pesar de todos nuestros esfuerzos, sino de la vivencia del amor divino en porciones, de su experiencia en pedacitos, a través de cada consciencia humana y no humana.
La evolución divina nace del amor incondicional y regresa a él tras constatar ese amor condicionado por la experiencia inconsciente de ser forma (animales y cosas) y consciente de ser una forma (seres humanos) como todos los tipos de amor posibles.
Por ello, el ser humano que se sabe divino acepta que no puede amar incondicionalmente como la fuente potencial y reconoce los pedacitos del divino amor en su experiencia de ser humano. Ese reconocimiento es catalizador del cambio.
Visibilizar el amor incondicional invisible a nuestros ojos humanos, pero que «nuestros ojos divinos» sí ven, es la visión divina a través de tus ojos, es el reconocimiento nítido del amor incondicional que lo embarga todo. Este es el «clic» que está haciendo ahora el mundo por divina voluntad.
El amor divino se encamina a la constatación de todas sus versiones. Al conocimiento, reconocimiento y aceptación de todas las posibilidades de su amor, incluso de las más distorsionadas.
Pero resulta que las formas de amor más distorsionadas causan un gran sufrimiento y la voluntad divina es desprenderse de tanto sufrimiento, despertando la conciencia divina en la conciencia humana, pasando a saberse divina siendo humana.
Seguramente que el sueño resultará más divertido.