Vivir sin temor
El miedo sin fundamento nos convierte en prisioneros. Vivir constantemente atemorizados, es hacerlo en una cárcel mental.
El miedo sin fundamento nos convierte en prisioneros. Vivir constantemente atemorizados, es hacerlo en una cárcel mental.
La divinidad juega a buscarse, encontrarse o ignorarse a sí misma, «escondida» en sí misma. Como en el juego de las muñecas matrioskas, la más grande contiene a otra que a su vez contiene a otra. Esta vida es como ese juego de muñecas: la divinidad replicándose a sí misma a cada momento, a todas las escalas, a su imagen y semejanza.
Este mundo parece extenderse, desde nuestra percepción corporal, hacia un espacio exterior que finalmente se nos torna imponente: un macrocosmos. También se extiende hacia un interior semejante al externo en inmensidad: el microcosmos.
Esta inmensidad que nos rodea, micro y macro, revela su secreto en la «liberación» que transforma radicalmente la visión del cosmos.
Todo es divinidad sin forma, sin espacio ni espacio. Todo es un maravilloso montaje divino. Toda nuestra historia es pura construcción ilusoria. Todas las identidades personales son interpretaciones magistrales. Todo es la mismísima divinidad en este glorioso momento, con la máscara de ti puesta, gafas incluidas quizás, leyendo estas líneas. Todo en este instante, gracias a una magnífica puesta en escena divina.
Una vez escuché que todos los humanos son portadores de un fósforo. El humano que enciende su fósforo para verse mejor a sí mismo, alumbra con su luz a los otros portadores de fósforos, que a su vez podrán prender sus fósforos para verse mejor a sí mismos.
Son personas conscientes aquellas con consciencia. Pues bien, esto es consciencia divina, hablándose a sí misma. Encendiendo fósforos. Diciéndose a sí misma ¡venga, sal de ahí, sé qué eres en realidad! Para mí, esto significa la luz expandiéndose en esta oscuridad.